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Ken Bain
"Lo que hacen los mejores profesores universitarios"
Punto de partida del libro:     
1. El éxito de la docencia se beneficia de la buena disposición del profesor a
reconocer que el aprendizaje humano es un proceso complejo. El conocimiento es un
proceso relacionado con la reflexión. Con la capacidad de sacar conclusiones con la
razón. No con de la memoria.
2. La buena docencia puede aprenderse.
3. Invitación a preguntarnos por qué hacemos ciertas cosas y no otras.
4. Advertencia de que lo que sigue no es una lista de reglas de aplicación
automática, sino unas conclusiones sobre las que cada profesor ha de pensar y
reflexionar en el contexto de su situación. Ajustar cada idea a cómo es cada uno y a lo
que enseña. Cada uno tiene que encontrar su propia genialidad.

Ken Bain es director del Center for Teaching Excellence de la Universidad de Nueva York. Durante años se dedicó a buscar y estudiar a los mejores profesores de los Estados Unidos, y en esta obra presenta una síntesis del modus operandi de estos grandes profesores que consiguieron que sus alumnos además de aprender, fueran una guía, modelo o una simple influencia positiva y un buen recuerdo para el resto de sus vidas. No considera un buen profesor aquel que prepara bien a sus alumnos para el examen, sino aquel que consigue que sus alumnos valoren el aprender, obtengan un pensamiento crítico, se enfrenten con creatividad y curiosidad a la resolución de problemas, y también con compromiso ético, además de amplitud y profundidad en el conocimiento específico. Lo que Ken Bain expone en este libro es un montón de ideas para reflexionar concienzudamente, no una lista de técnicas que permiten ser aplicadas de forma inmediata para conseguir ser un buen profesor automáticamente. El profesor que desee mejorar su calidad docente debe no sólo leer el libro, sino releerlo en años sucesivos o, al menos, releer este resumen una y otra vez, que le recordará ideas para seguir mejorando. A grandes rasgos, estas son las conclusiones más importantes:


  Los grandes profesores "conocen su materia extremadamente bien", son "eruditos, artistas o científicos en activo", tengan o no muchas publicaciones, están al día y estudian con cuidado las novedades en sus disciplinas, además de leer muchas cosas de otros campos. Así, consiguen simplificar y clarificar conceptos complejos, llegando a la esencia del asunto con revelaciones motivadoras, y son capaces de pensar sobre su propia forma de razonar en la disciplina (metaconocimiento). No aspiran meramente a que sus estudiantes hagan bien los exámenes, sino a "producir una influencia duradera e importante en la manera en que la gente piensa, actúa y siente".
  Crean lo que llama "entorno para el aprendizaje crítico natural", donde los alumnos aprenden enfrentándose a problemas importantes, atractivos o intrigantes, con una sensación de control sobre su propia educación. Evitan objetivos arbitrarios, superfluos, y "favorecen los que ponen de manifiesto la forma de razonar y actuar".
  Muestran una gran confianza en sus estudiantes. Están seguros de que éstos quieren aprender y les facilitan la tarea contando los obstáculos principales con los que ellos se han encontrado para dominar la asignatura, o algunos de sus secretos.
  Tienen interés en su propia evaluación, comprobando sus propios resultados cuando evalúan a sus estudiantes, por lo que evitan sistemas arbitrarios para examinarlos.


"La buena docencia puede aprenderse". Es importante destacar que nadie es perfecto, i.e. los mejores profesores tienen días malos y pelean para conseguir llegar a sus estudiantes, no siempre siguen sus mejores métodos, pero tienen buena disposición a enfrentarse a sus propias debilidades y errores. También destaca el compromiso de estos docentes con la comunidad académica, viendo su labor dentro de la globalidad e intercambiando con sus colegas ideas sobre la mejor forma de educar. Estudiando en profundidad a los mejores profesores, estos son algunos de sus métodos:

  ¿QUÉ SABEN DEL APRENDIZAJE? "Los seres humanos son animales curiosos. La gente aprende de manera natural mientras intenta resolver problemas que le preocupan". Algunas personas consiguen excelentes calificaciones, pero no comprenden a fondo la materia y olvidan rápidamente lo aprendido. No se trata de dar conocimiento a los estudiantes, sino de facilitar que el conocimiento sea construido por ellos, teniendo en cuenta los paradigmas que traen consigo, que pueden ser erróneos. Cambiar los modelos mentales es lento, por lo que los profesores deben buscar situaciones en las que el modelo no funciona, obligando a los alumnos a esforzarse. Más que dar las respuestas correctas, hay que ayudar a los estudiantes a ver sus errores. No se trata de aprender los hechos antes de aplicarlos, sino de aprender a la vez que se aplican, ayudar a los estudiantes a construir su entendimiento, explicar cómo funcionan las cosas, simplificando y aclarando conceptos básicos, contando casos prácticos y ejemplos que enganchen a los estudiantes, dando razones para que los estudiantes quieran recordar cada información.

"Algunos científicos de la cognición piensan que las preguntas son tan importantes que no podemos aprender hasta que la adecuada ha sido formulada: (...) Cuantas más preguntas hacemos, de más maneras podemos indexar un pensamiento en la memoria", por lo que los profesores estudiados estimulan a los estudiantes para que formulen sus propias preguntas, suscitando su aprendizaje y su interés. Para motivar a los alumnos hay que descartar los motivadores extrínsecos (subir nota...), pues hacen que desaparezca el interés intrínseco que hubiera, en cuanto desaparece la recompensa extrínseca. Son más efectivos los refuerzos verbales en forma de ánimo o elogios, para estimular el interés (mejor elogiar la tarea bien hecha, que la inteligencia de la persona que la hizo). "Si los alumnos estudian sólo porque quieren sacar buenas notas o ser los mejores de la clase, no les irá tan bien como si estudiasen porque tienen interés". Los primeros son los «aprendices estratégicos», aprendiendo a que les vaya bien en la universidad, sin cambiar sus concepciones del mundo. Los segundos son «aprendices profundos», pretenden aprender para dominar esa materia. Por último, están los que «evitan líos», su primer objetivo es no equivocarse, son aprendices superficiales, y se conforman con sobrevivir, memorizando incluso aunque no entiendan nada. Los profesores estudiados no promueven la competición, sino que muestran la belleza, utilidad o intriga existente y dejaban a los estudiantes control sobre su educación, y les daban retroalimentación del trabajo hecho, exenta de valoración alguna. No clasificaban a sus estudiantes, sino que contaban con todos y fomentaban la cooperación.

 Las clases más apreciadas son aquellas con gran exigencia, pero también con muchas oportunidades para revisar y mejorar el trabajo antes de ser calificado, aprendiendo así de los errores cometidos. Desde el primer día de clase, se invita (no se ordena) a los estudiantes a efectuar ciertas tareas para conseguir ciertas expectativas, que responderán a ciertas preguntas que susciten interés. Las preguntas más generales hay que mantenerlas presentes a lo largo de todo el curso. Un profesor propuso la norma «AQNLI», «¿A Quién Narices Le Importa?», por la que invita a sus estudiantes a hacer esa pregunta en cualquier momento de cada explicación, obligando así al profesor a justificar la importancia de lo que está explicando. Otros profesores exigen traer a clase dos preguntas cada día. Ese interés se mantiene vivo si se consiguen conectar la preguntas básicas con los intereses y vidas de los alumnos, y ello se facilita contando anécdotas personales o no, y relatos sobre la historia de los hechos explicados, a modo de «diálogo socrático» (aprender de los errores, sin que estos tengan consecuencias en la evaluación final). Estos profesores abarcan a todos los tipos de alumnos posibles, dando diferentes niveles, y proporcionando preguntas variadas con, por ejemplo, los datos clave, definiciones principales, cómo se sabe cada cosa, qué se pensaba hace diez años, qué preguntas hay sin resolver... destacando "la ausencia de certeza en el conocimiento". Enseñan sus disciplinas resaltando más el desarrollo intelectual que los datos en sí mismos y, a menudo considerando aspectos emocionales, artísticos, éticosambientalessocialeseconómicos...

  ¿CÓMO PREPARAN LAS CLASES? Los mejores profesores estudiados otorgan interés a cuatro preguntas: 1) ¿Qué deberían hacer intelectual, física o emocionalmente mis alumnos?, 2) ¿Cómo puedo ayudarlos?, 3) ¿Cómo podemos mis estudiantes y yo entender mejor el aprendizaje efectuado?, y 4) ¿Cómo puedo evaluar mis intentos de fomentar ese aprendizaje?. Estos profesores hablan de lo que quieren que sus estudiantes «hagan», más que lo que deberían «aprender». Tratan de ayudar a ver la belleza, disfrute o curiosidad que hay en la materia, y una parte importante de la planificación consiste en lo que deberían hacer el primer día, para ganarse la devoción de los estudiantes por los objetivos del curso. Entre todas las preguntas que se seleccionan en esta obra, destacamos sólo unas pocas: ¿Dónde estarán las dificultades principales? ¿Qué puedo aclarar para darles una buena base para construir su comprensión? ¿Qué puedo hacer en el aula para ayudarles a aprender fuera de ella? ¿Qué preguntas puedo exponer para llamar la atención de asuntos importantes? Los profesores más eficientes, muestran los debates existentes en el seno de cada disciplina, mostrando las conclusiones en vigor aludiendo a creencias anteriores y a pasajes históricos. Hay que interesarse por lo que a los alumnos les interese, para orientar hacia allí la docencia, o incluso pedir que los alumnos valoren los distintos temas del curso, pero tal vez eso requiere estar dispuestos a cambiar (exámenes, tareas...). ¿Cómo ayudaré a los estudiantes a aprender a aprender, a examinar su propio aprendizaje y a leer de forma más efectiva textos de esta materia?. Todo profesor tiene dos tareas: Ayudar a los estudiantes a aprender, y evaluarlos (decir a la sociedad cuánto aprendizaje se ha conseguido). La primera tarea es más importante y, para ello, hay que proporcionar a los estudiantes realimentación de sus errores antes de la evaluación. Si no se puede hablar con cada alumno individualmente, al menos sí en grupos, para conocer sus problemas, su aprendizaje y corregir sus errores. ¿Cómo conseguir que mis alumnos piensen y no se aburran durante la clase? ¿Cómo pueden aprender a juzgar la calidad de su propio trabajo? ¿Cómo crearé un entorno para probar, fallar, realimentarse y volver a probar? También pueden fomentarse visitas a lugares interesantes, charlas o colaboraciones de expertos externos... La enseñanza es concebida como "fomento del aprendizaje".

  ¿QUÉ ESPERAN DE SUS ESTUDIANTES? Diversos estudios psicológicos han mostrado que los estereotipos sociales negativos influyen en el rendimiento académico. Empeora el rendimiento la ansiedad que genera la conciencia de los estudiantes de pertenecer a un grupo marginal o en desventaja (afroamericanos, extranjeros, ser mujer...). En esos casos, es el éxito el que causa la preocupación más que el fracaso. Más aún, se ha demostrado que a personas con imagen social positiva, sin estereotipos (hombres blancos, por ejemplo en EE.UU.), puede creárseles un estereotipo que conlleve empeorar su calificación en un examen (por ejemplo, diciéndole que los estudiantes asiáticos hacen mejor ese examen). Lo que guía a los mejores profesores es una red compleja de creencias, que pasan por apreciar el valor individual de cada estudiante, buscando las capacidades de cualquier alumno, y tienen "una enorme fe en la capacidad de los estudiantes para conseguir lo que les proponían". De alguna forma, dejan claro que no juzgarán por estereotipos negativos, sino mediante altas exigencias, pero que serán fácil de alcanzar. Estos grandes profesores no rebajan las exigencias para mejorar en las encuestas, sino que invitan a los estudiantes a perseguir objetivos ambiciosos y les prometen ayuda para conseguirlos, pero les dejan el control de su propia educación. El profesor consigue entusiasmar a los alumnos aclarándoles las promesas, u oportunidades que ofrece su curso, y explicándoles qué pueden hacer para conseguir esas promesas, habilidades o conocimientos. Muchos de estos profesores se tomaban muchas molestias en explorar el aprendizaje de sus estudiantes, analizar su trabajo e incluso diseñar tareas individuales. En los grupos numerosos buscaban los tipos de estudiantes de sus aulas. Más que proponer clases de repaso, hablaban de grupos de trabajo de excelencia, que mejoraba la percepción de los alumnos y aumentaba la confianza en sí mismos. Ponen énfasis tanto en el desarrollo intelectual como en el personal (respecto al primero, se resaltan las diez habilidades de razonamiento que identificó el físico Arnold Arons para el pensamiento crítico).

"La clave para comprender la mejor docencia no puede encontrarse en reglas o prácticas concretas, sino en las actitudes de los profesores, en su feen la capacidad de logro de sus estudiantes, en su predisposición a tomar en serio a sus estudiantes y dejarlos que asuman el control sobre su propia educación, y en su compromiso en conseguir que todos los criterios y prácticas surjan de objetivos de aprendizaje básicos y del respeto y el acuerdo mutuo entre estudiantes y profesores".
  ¿CÓMO DIRIGEN LA CLASE? El profesor Bain encontró estos principios bastante comunes entre los grandes maestros:
  1. «Crear un entorno para el aprendizaje crítico natural»: Aprender a pensar críticamente, a examinar la calidad de los razonamientos. «Natural», porque los estudiantes encuentran las destrezas y actitudes que intentan aprender inmersas en preguntas que les interesan. Este ambiente se puede crear en clases magistrales, pero también con discusiones, trabajos de campo u otras diversas técnicas (el método importa mucho menos que el desafío que supone a los estudiantes). Los buenos instructores hacen preguntas a sus alumnos, para invitar a la reflexión y sumergir a los alumnos en los intereses de la disciplina, muchas veces usando problemas interdisciplinarios o intereses generales. Siempre hay preguntas por resolver, por lo que una buena pregunta es «¿Cuál es la próxima pregunta?». Algunos instructores responden con preguntas como «¿Qué piensas tú?» o «¿Qué quieres decir con eso?», otros terminan cada clase con dos preguntas: «¿Qué conclusiones has sacado?» y «¿Qué preguntas se han quedado en tu mente?» (puede pedirse que se contesten por internet o en la siguiente clase). Una buena técnica para empezar una clase es comenzar con una pregunta (a veces inmersa en un relato), luego mostrar la importancia de la pregunta y sus implicaciones, estimular a los estudiantes a pensar críticamente la respuesta y dar argumentaciones sobre cómo responderla (completa o no) y terminar con nuevas preguntas. Unos profesores piden argumentos contra las conclusiones que muestran, otros que se piensen en los supuestos que se están manteniendo al extraer ciertas conclusiones, y otros, que se discutan las implicaciones de las conclusiones halladas. Este aprendizaje se basa en que las personas aprenden más efectivamente cuando:

 1) Intentan resolver problemas que ven atractivos o importantes.
 2) Lo intentan en un entorno que los desafía, pero los apoya y en el que sienten el control sobre su educación.
 3) Pueden trabajar con otros estudiantes para superar los problemas.
 4) Creen que su trabajo será considerado justa y honestamente
 5) Pueden probar, fallar, y ser corregidos, antes de cualquier evaluación.
  1. «Conseguir su atención y no perderla» y usar «experiencias de aprendizaje diversas»: El profesor Michael Sandel decía que enseñar es «atraer la atención y mantenerla». Para esto es útil empezar con preguntas curiosas, que nunca se hayan planteado así los estudiantes, o utilizando casos reales. Comenzar por los estudiantes, con algo que les importe, lo conozcan o crean conocerlo. Resulta útil usar métodos diversos (visual, auditivo, charlas, debates...).
  2. «Buscar compromisos» y ayudarles «a aprender fuera de clase»: Una profesora les decía a sus alumnos que la decisión de matricularse es de ellos, pero una vez que han decidido cursar la materia, tienen «responsabilidades con todos los demás miembros de esta comunidad de aprendizaje». También es positivo mirar a los estudiantes, y generar discusiones que despierten su razonamiento crítico.
  3. «Razonamiento disciplinar»: Ayudar a los estudiantes a pensar como los eruditos. Más que resolver mil problemas, ofrecen explicaciones, analogías y preguntas que ayuden a comprender conceptos para resolver sus propios problemas. Algunos profesores sostienen que antes de razonar hay que aprender cierta información, pero los mejores profesores "asumen que el aprendizaje de los hechos ocurre sólo cuando los estudiantes están a la vez dedicados a razonar sobre esos hechos".
Es también importante para un buen comunicador tener una buena oratoria, y muchos de los profesores habían practicado pronunciación, el timbre de sus voces y hasta a mirar a los estudiantes, incluyendo los de la última fila. Ayudan preguntas retóricas, «¿Entendéis?», o del tipo «¿Veis desde allí?». Los mejores se aprenden los nombres de los alumnos, se salen de detrás del podio... y algunos se detienen durante unos segundos, mirando a sus alumnos, manteniendo el suspense, modifican el ritmo y salpican con algo de humor, usan un lenguaje cálido, comprometido, contando bien cada hecho, para invitar y estimular, pero también un lenguaje frío para recordar o resumir. Es importante escuchar a los alumnos, por ejemplo en debates que estimulen su participación e interés, trabajar en grupos, o directamente pedirles su participación, con estilo relajado, con sentido del humor, para evitar el miedo a equivocarse. Resulta útil pedirles a los alumnos que califiquen trabajos ya hechos, o bien que averigüen cual es el mejor trabajo de dos o más.

  ¿CÓMO TRATAN A SUS ESTUDIANTES? Bain encontró que la personalidad del profesor desempeña un papel insignificante o nulo en el éxito docente. Encontraron excelentes profesores tímidos y descarados, comedidos e histriónicos, aunque la mayoría trataba a los estudiantes tranquilamente. Tampoco encontraron patrón común en la forma de vestir. Sin embargo, todos creían firmemente que los estudiantes deseaban aprender y podían hacerlo, por lo que si el aprendizaje fallaba no les echaban la culpa a los estudiantes. Uno decía: «Quiero hacer mi clase fácil de seguir (...) si no aprenden, fracaso como profesor». Ponen confianza en sus alumnos y por eso no se preocupan demasiado por si éstos intentan engañarlos. Algunos profesores están limitados al elegir instrumentos pedagógicos por la preocupación de que el estudiante haga trampas, pero los profesores más efectivos usan lo que creen que beneficia más al aprendizaje. Quieren que sus estudiantes aprendan y no que hagan buenos exámenes. Comparten con sus estudiantes sus secretos personales o técnicas para aprender o recordar algo, y muestran las dificultades que ellos tuvieron al principio, lo cual les hace "humanos" ante sus alumnos y éstos ven en esa franqueza una atmósfera en la que pueden preguntar sin ser reprochados, además de aumentar la confianza en su propio aprendizaje. Resulta útil recordarles a los alumnos que algunos de sus compañeros apreciarán las preguntas que hagan. Los peores profesores se comportan mostrando superioridad sobre los estudiantes, y parecen querer esconder las técnicas o trucos que le hacen, en su opinión, ser superiores, por lo que no tienen interés en explicar con claridad. Los mejores profesores tratan a sus estudiantes con justicia, compasión, preocupación, como podían tratar a cualquier colega, incluso mostraban buena disposición para quedar con sus estudiantes fuera del aula, a participar en grupos de discusión en persona o por internet, y algunos involucraban en ello a buenos estudiantes del curso anterior. Algunos buenos profesores consiguen difuminar las diferencias entre vida privada y profesional, hablando de su vida, y escuchando a sus estudiantes. Ante errores, algunos contestan planteando una pregunta, en vez de decirles que están equivocados.

¿COMO EVALÚAN A SUS ESTUDIANTES Y SI MISMOS?
Algunos profesores que pretenden formar muy bien a sus alumnos ponen el examen final con el objetivo de desconcertar a la mayor parte de los estudiantes. Eso suele decir poco sobre los logros de los estudiantes, del profesor y,pero aun, formenta el aprendizaje estratégico en lugar del profuendo, que los estudiantes se centren únicamente  en averiguar la clase de preguntas que les puede plantear el examen.
Los exámenes y calificaciones son una forma de ayudar a los estudiantes a comprender su progreso, y también ayudan a evaluar la docencia. El aprendizaje requiere cambios intelectuales y personales, y hay que evaluar el aprendizaje, no el rendimiento. Por ejemplo, bajar la nota por entregar tarde un trabajo no mide el aprendizaje, sino el rendimiento. Algunos de los mejores profesores, animan a sus estudiantes a ser puntuales para poder beneficiarles de sus comentarios antes de la siguiente tarea, ademas de hacerles ver que ellos tienen el control para organizarse bien.

Los mejores profesores no dan puntos por cumplir ciertas reglas (participar en clase,ir a tutorias...), sino que animaban a seguir esas reglas por el beneficio intrínseco (practicar,corregir errores...) Los grandes profesores  intentan averiguar todo lo posible de sus estudiantes, no para enjuiciarlos, sino para poder ayudarlos mejor a aprender. Algunos pasan en cuentas preliminares, otros dan una lista de las principales preguntas que el curso les ayudara a responder y luego piden que midan su interés en ellas, algunos se van a comer con sus estudiantes, pero en general ¨el proceso de ir conociendo a los estudiantes continuaba todo el curso¨. Para medir el aprendizaje, algunos piden a sus estudiantes que escriban al final de la clase las conclusiones mas importantes que han sacado. Respecto al examen, reconocen que el aprendizaje es permanente y ¨ muchos profesores extraordinarios hacen exámenes de conjunto, globales, de forma que cada prueba reemplaza a la anterior¨, y el examen final incluye toda la asignatura, de forma que los alumnos perciben que tienen varias oportunidades para aprender, estimulando también a aquellos que suspenden los estudiantes los primeros exámenes parciales. No usan las calificaciones para motivar a los estudiantes pues quieren saber hasta que punto comprenden sus alumnos. Algunos, dicen el primer días de clase las principales preguntas del examen final. ¨ El objetivo es conseguir congruencia entre los objetivos intelectuales del curo y los que pone a prueba el examen¨. En general, los mejores profesores tienen humildad para reconocer la examen dificultad para evaluar el aprendizaje y reconocen que equivocarse. Algunos, incluso pedían a sus estudiantes que se calificaran a si mismos.
¿Qué podemos aprender de ellos?
¿QUÉ ES ENSEÑAR?

Quizá una de las máximas que este libro pretende lanzar es concebir la docencia y
nuestro labor como docentes desde un concepto más enriquecedor, sin limitar nuestras
funciones y responsabilidades a dar clases. Supone un cambio conceptual sobre la propia
docencia, aceptando un concepto más amplio de la misma:
“LA DOCENCIA ES TODO AQUELLO QUE PODAMOS HACER PARA AYUDAR A LOS ESTUDIANTES A PRENDER”
 “LA ENSEÑANZA SÓLO TIENE LUGAR CUANDO HAY APRENDIZAJE”

Nuestra función:

crear las condiciones adecuadas para que los alumnos aprendan
Ken Bain, Lo que hacen los mejores profesores universitarios
UN BUEN PROFESOR ¿NACE O SE HACE?
El autor defiende la posibilidad que todo profesor tiene de aprender a crear esas
condiciones adecuadas para el aprendizaje.
Para ello la premisa fundamental es partir de la concepción de la enseñanza desde
el aprendizaje y no de la concepción de la docencia como transmisión y a partir de dicha concepción.

REFLEXIONAR SOBRE LA PRÁCTICA:
• ¿Qué entiendo por aprendizaje?
• ¿Cómo puedo fomentarlo?
• ¿Cómo podemos mis estudiantes y yo entender mejor y reconocer su progreso?
• ¿Cómo puedo saber si mis esfuerzos ayudan o perjudican?
“PARTE DE LA CONDICIÓN DE SER UN BUEN PROFESOR (NO TODO) CONSISTE EN SABER QUE SIEMPRE HAY ALGO NUEVO POR APRENDER”

“EN SABER QUE SIEMPRE HAY ALGO NUEVO POR APRENDER”

 “PARA APRENDER DE LOS MEJORES PROFESORES DEBEMOS RECONOCER QUE
SOMOS CAPACES DE APRENDER”

“DEBEMOS RECONOCER QUE SOMOS CAPACES DE APRENDER”

“SOMOS CAPACES DE APRENDER”

¿LA BUENA DOCENCIA ES CUESTIÓN DE TÉCNICA?
“NO UNA ÚNICA MEJOR MANERA DE ENSEÑAR”
 “TAL VEZ ESPERASE QUE ESTE LIBRO LE PROPORCIONARA UNOS CUANTOS
TRUCOS PROPORCIONARA UNOS CUANTOS TRUCOS FÁCILES PARA PODER
APLICARLOS A SUS AULAS”

Se necesita iniciar un proceso de reflexión sobre la propia práctica que conduzca a
los profesores a conocer mejor la docencia pero sin ignorar los estudios y resultados de
la investigación en torno a aspectos docentes, siendo conscientes de los mismos y
beneficiándose de su significado.
Aceptar esta premisa lleva a replantear los procesos de formación de los
profesores jóvenes y de apoyo a los ya en activo hacia:
Iniciativas docentes basadas en la investigación-acción.



LO QUE NO HACEN LOS MEJORES PROFESORES UNIVERSITARIOS
Hace unos días, todas las profesoras y todos los profesores de la Universidad de Valencia hemos recibido una carta de la rectora o del rector, la señora doña Francisca o el señor don Francisco Tomás Vert, donde, entre solecismos como los que aquí parodio (solecismos que, si son deplorables en cualquier caso, más lo son si los suscribe un catedrático, al que cabría suponer cierta cultura general) nos invita a leer el libro Lo que hacen los mejores profesores universitarios, de Ken Bain, que la universidad ha distribuido gratuitamente entre todo su personal docente, con el objetivo de "que nos pueda servir a todos y todas [sic] para, conjuntamente, pensar, debatir y mejorar nuestra enseñanza". Pensemos, pues, y debatamos, y no sólo todos y todas, sino otros y otras también: cuantos y cuantas más, mejor.

Habría disfrutado de su lectura si no me hubiera acompañado en todo momento la tristeza de pensar cuán difícil, si no imposible en muchos casos, es que un profesor trate de adoptar las ideas que en él se exponen en un entorno tan hostil a toda mejora educativa como es la Universidad de Valencia. Hay una serie de hechos que, probablemente, eran tan obvios para el autor del libro que ni siquiera habla de ellos explícitamente, pero que están implícitos en todo cuanto dice, y que permitirían escribir otro libro titulado Lo que no hacen los mejores profesores universitarios, de obligada lectura para quienes han elaborado las diversas normativas a las que estamos sometidos los profesores o tienen la potestad de cambiarlas. Por empezar con un ejemplo sencillo, en la página 69 leemos:
Muchos de los buenos profesores van incluso más lejos, preguntándose ¿Estoy preparado para realizar cambios en sesiones concretas de clase, o en todo el curso, para conectar con mis estudiantes? ¿Cómo puedo elegir ejemplos de lo que les resultará más significativo? ¿Estoy dispuesto a ir parcheando la asignatura conforme progrese - cambiando exámenes, tareas, o lo que hago en clase - para responder a lo que vaya aprendiendo sobre los intereses y conocimientos de mis estudiantes? Con una ingente cantidad de materia a estudiar, ¿puedo elegir ese subconjunto en el que los estudiantes están más interesados?
Un profesor de la Universidad de Valencia perderá el tiempo preguntándose estas cosas, porque la normativa le obliga a presentar a principio de curso un programa detallado con los contenidos de la asignatura y, más aún, un cronograma, palabra que, por fea que suene, no es tan horrible como su significado: es una programación semanal de las clases que el profesor impartirá a lo largo del curso.

Afortunadamente, por ahora no existe ningún control de si un profesor respeta o no sus cronogramas, lo que permite hacerlos en dos minutos y olvidarse de ellos para siempre; pero no deja de ser triste que una normativa tienda a coartar la iniciativa de los profesores y disuadirlos con ello de emular a los mejores profesores universitarios. Más grave es el hecho de que, en las encuestas que periódicamente se pasa al alumnado para evaluar la docencia de un profesor, una de las preguntas que se formula es si cabe esperar que éste imparta todo el temario, de modo que los mejores profesores universitarios que siguieran las pautas descritas en el párrafo anterior se encontrarían seguramente con una mala puntuación en este aspecto de la evaluación de su docencia. En resumen, en el párrafo citado está implícito el hecho obvio de que:

Los mejores profesores universitarios no siguen cronogramas ni se someten a un temario prefijado.

Me apresuro a apuntar el hecho, no menos obvio, de que los peores tampoco lo hacen. Un profesor puede no ajustarse a un temario porque honradamente piense que un cambio mejorará el aprovechamiento que sus alumnos obtengan de su asignatura, o también por pura irresponsabilidad, ineptitud o dejadez. Determinar si un profesor sigue o no un programa predeterminado no distingue a los mejores de los peores, sino a los mejores y peores de los mediocres.
Hay otro hecho obvio implícito en el párrafo que he citado, aunque aparece más claramente en otra pregunta formulada un poco antes:
¿Cómo puedo ayudarlos a ver la conexión entre sus preguntas y los asuntos que ya he elegido tratar en el curso?
Los mejores profesores universitarios eligen los contenidos concretos de los cursos que imparten. En particular:

Los mejores profesores universitarios no se coordinan con otros profesores que impartan su misma asignatura.

Los profesores de la Universidad de Valencia no tenemos técnicamente la obligación de coordinarnos, pero, al final de cada curso, cada departamento ha de elaborar un informe sobre la docencia, en uno de cuyos puntos ha de indicar si los distintos grupos de una misma asignatura se han coordinado en cuanto al temario y el sistema de evaluación, entendiendo que la universidad valora positivamente que exista dicha coordinación. Nuevamente estamos ante la misma tesitura: un profesor puede descoordinarse del resto por ser muy bueno o por ser muy malo. Los intentos de la universidad por promover la coordinación entre grupos no llevan a la excelencia, sino a la mediocridad.
Y, ya que ha aparecido la cuestión de la evaluación, veamos qué dice el libro al respecto (página 180):
Por el contrario, los mejores profesores preparan a los estudiantes para que hagan determinados tipos de trabajo intelectual, no para que sean buenos haciendo exámenes. Los exámenes exigen a los estudiantes que hagan ese trabajo. El objetivo es conseguir congruencia entre los objetivos intelectuales del curso y los que pone a prueba el examen.
Si, tal y como ya hemos comentado, los objetivos intelectuales del curso, lo que el profesor espera que los alumnos aprendan en sus clases, es algo que los mejores profesores universitarios eligen subjetiva y a la vez responsablemente, el párrafo anterior lleva implícito que
los mejores profesores universitarios no evalúan a sus alumnos con exámenes comunes con los grupos impartidos por otros profesores,
pues la congruencia de la que habla el párrafo extiende la subjetividad en la elección (responsable) de contenidos y metas del curso a la subjetividad en el diseño (responsable) del examen, no sólo por lo que respecta a las preguntas que han de contener, sino también en la forma de valorarlas. Por ejemplo, en el libro se desaconsejan las calificaciones numéricas sistemáticas (pág. 174):
De hecho, la mayoría de ellos [un grupo de profesores que no había sido incluido en el estudio por no haber mostrado indicios de excelencia]defendía que reducir su juicio a una cifra lo convertía en algo más preciso, casi «científico» y, sin duda, «objetivo».
Yo considero que, para merecer un aprobado, no basta con que un alumno se sepa la mitad de la asignatura, sino que ha de saber lo fundamental de la asignatura, de tal suerte que si, por ejemplo, un alumno sabe contestar a todas las preguntas de la primera parte del temario pero no sabe ni lo más básico de la segunda, su nota ha de ser un suspenso, aunque evaluado su examen de 0 a 10 le salga un 6. Por el contrario, si un alumno saca un 4 pero me ha demostrado que tiene claras todas las cosas fundamentales que yo me había propuesto enseñarle, entonces considero que no merecerá un notable ni un sobresaliente, pero sí un aprobado. Éste es el criterio que sigo con los alumnos que voluntariamente prefieren ser evaluados así, en cuyo caso no me molesto en llenar el examen de números y calcular sumas y medias. Pero no tengo nada claro qué sucedería si pretendiera evaluar así a todos mis alumnos, quieran o no. ¿Sería legal? He oído rumores de que es obligatorio que en cada examen esté especificado cuánto vale cada pregunta, y que si no es así ha de entenderse que todas las preguntas puntúan lo mismo. ¿Será eso cierto? Viendo el espíritu de las normas de esta universidad, no me sorprendería. Por si acaso, no está de más añadir un elemento más a la lista de conclusiones:
Los mejores profesores universitarios no están obligados a poner notas de 0 a 10 con una cifra decimal.

Otro aspecto en torno a la evaluación es cuántos exámenes se hacen y cómo se valoran. El libro explica que los mejores profesores universitarios hacen múltiples exámenes a sus alumnos (pág. 179):
En un sistema así, los estudiantes pueden probar, obtener un resultado regular, recibir realimentación de sus intentos, y volver a probar en el siguiente examen. Lo que entienden y pueden hacer intelectualmente al final del curso es lo que importa, más que cualquier otra cosa.
En la Universidad de Valencia, al menos en mi campus, el de Ciencias Sociales, los profesores tenemos prohibido hacer exámenes parciales (salvo que estén establecidos oficialmente, lo que no depende en absoluto del profesor). Al parecer, en la comisión donde se tomó este acuerdo había algunos profesores sensatos que sabotearon la norma al lograr que se permitiera la realización de "ejercicios de evaluación continua", cuya diferencia con los exámenes parciales es etérea, lo que nos da cierto juego; pero, en cualquier caso, está prohibido reservar un aula fuera del horario de clase para tener un tiempo razonable para hacer un examen.

Un examen de calidad, donde no se pretenda aprobar a los alumnos que sepan la mitad, sino a los alumnos que sepan lo básico, ha de tener cierta extensión. Si un examen ha de caber en el tiempo de una clase (dos horas), hay que contar con un margen de, digamos, media hora para empezar y recoger, con lo que el tiempo útil se reduce a hora y media, y un examen que un alumno medio pueda hacer en hora y media ha de ser un examen que un buen alumno (que no necesite pararse mucho a pensar o rehacer cálculos erróneos) pueda despachar en tres cuartos de hora, y eso reduce el examen a cuatro o cinco preguntas no muy extensas, que de ningún modo pueden indicar al profesor si el alumno ha asimilado los aspectos básicos del curso. De acuerdo con el libro (pág. 169):
Exámenes y calificaciones se convierten en una forma de ayudar a los estudiantes a comprender su progreso en el aprendizaje.
Pero difícilmente le puede ayudar a ningún estudiante suspender un examen si el profesor sólo tiene derecho a hacerle un único examen al final del curso, como sucede en la mayoría de las asignaturas en la Universiad de Valencia (al menos en mi campus), o si sólo puede hacerle exámenes paupérrimos por su brevedad que no indican nada realmente. En resumen:
Los mejores profesores universitarios no tienen prohibido examinar a sus alumnos.
No sé si habrá almas cándidas que crean que los inconvenientes que aquí estoy señalando se corregirán con la reforma de los planes de estudio que actualmente está en proceso de ensayo. Si es así me remito a las páginas 194-195 del libro:
Quizá el segundo mayor obstáculo sea la noción simplista de que una buena docencia es sólo una cuestión de técnica. La gente que cree en esa idea tal vez esperase que este libro le proporcionase unos cuantos trucos fáciles para poder aplicarlos en sus aulas. [...] A menudo, la mejor enseñanza es tanto una creación intelectual como un arte escénica. [...] En pocas palabras, debemos exprimirnos los sesos para descubrir qué significa aprendizaje en nuestras disciplinas y cómo cultivarlo y reconocerlo de la mejor manera. Para esa tarea no necesitamos expertos de la rutina que conocen todos los procedimientos correctos, sino expertos de la adaptación que pueden aplicar principios fundamentales a cualquier situación y clase de estudiantes que es probable que podamos encontrar, reconociendo cuándo es, tanto posible como necesario, inventar algo, y que no hay una única «mejor manera» de enseñar. Si nos vamos a beneficiar del ingenio y las prácticas de profesores extraordinarios, debemos ir más allá del escenario de «sabedores de lo aceptado» limitándonos a esperar respuestas correctas -trucos del oficio- que podamos usar a ciegas.
La reforma educativa en ciernes no es más que institucionalizar una serie de trucos del oficio que pretenden ser usados a ciegas: cronogramas, eceteeses (consistentes en poner en un papel, no sé para qué, cuántas horas ha de soñar el alumno con la asignatura mientras duerme, y cosas así), establecer unas horas de tutorías iguales para todos (aunque algunos alumnos necesiten más, otros menos, y otros no las necesiten en absoluto), controlar la evaluación, la docencia, y, en suma, restringir al máximo el margen de decisión y de adaptación del profesor, sin tener en cuenta en absoluto la naturaleza de la materia que imparta o las características de los alumnos a los que se enfrenta. En resumen:
Los mejores profesores universitarios no son androides teledirigidos por una normativa omnímoda.

A la luz de estas consideraciones, resulta irónica la discrepancia entre los criterios del libro recomendado por la carta de la rectora o del rector y los de la carta que recomienda el libro, en la cual leemos estos párrafos, que me he permitido traducir al castellano por si me lee alguien de fuera (el subrayado es mío, el pleonasmo no):
El análisis sobre el trabajo de los grupos de innovación de nuestra universidad nos pone de manifiesto que probablemente la innovación con mayor potencial de cambio y mejora se sitúa en la capacidad de tomar decisiones y actuar de forma coordinada en asuntos relativos a estrategias y formas de enseñanza por parte de un grupo de profesores y profesoras [sic]. Y esto nos sitúa ante el reto de ir cambiando progresivamente las creencias, los hábitos, los supuestos, en suma, una cultura de la docencia muy anclada en la idea del individualismo del docente (basada en la idea de que enseñar significa fundamentalmente "dar clase"), hacia una cultura basada en la consideración de la docencia como responsabilidad compartida.
Estoy completamente de acuerdo en que enseñar no significa fundamentalmente dar clase. La sintaxis no deja claro si lo que está basado en la idea de que "enseñar significa dar clase" es la cultura de la docencia o la idea del individualismo del docente, pero voy a suponer que es lo primero y así podemos dejar de lado este punto en el que no hay discrepancia y centrarnos en el individualismo. ¿Por qué es una mejora educativa que un profesor no actúe individual sino coordinadamente? Cuando se habla de coordinar a un grupo de profesores, ¿hablamos de profesores buenos o mediocres? Si son buenos, ¿qué ganamos coordinándolos?, si son mediocres, ¿cabe esperar que de la mediocridad acumulada surja la genialidad?, y si hay de buenos y de mediocres, ¿no es ingenuo esperar que sea la mediocridad la que se impregne de genialidad y no la genialidad la que termine asfixiada por la mediocridad?
En el epílogo del libro de Bain se dan ideas sobre cómo mejorar la calidad de la docencia, pero la palabra coordinación no aparece en ningún momento. Al contrario, toda la discusión parte de la tesis implícita de que los buenos profesores universitarios son como pintores que han logrado un estilo personal, adaptado íntimamente a su propia idiosincrasia, en suma, un estilo individual, con el que consiguen conectar eficientemente con su público, un estilo del que se puede tratar de aprender, de extraer ideas, compartirlas y difundirlas, pero nunca copiar sin más.
Hacia 1435 Donatello estaba esculpiendo una tribuna para los cantores de la catedral de Florencia, y en la pared de enfrente hacía lo propio Lucca della Robbia. Eran los dos mejores escultores de la época y trabajaban uno frente al otro. ¿Acaso se coordinaron? No. Los dos hicieron trabajos espléndidos, apropiados para el lugar y acordes con el entorno, pero el estilo de uno es completamente opuesto al del otro. ¿Hubiera sido sensato que los florentinos que financiaban la catedral les hubieran exigido coordinación? ¿No es evidente que cualquier intento de adaptar mutuamente sus criterios habría ido en detrimento de su genialidad? Dicen que Beethoven se lamentaba de no ser capaz de componer una fuga como las de Bach, y compuso varias fugas, pero ninguna de ellas tiene el genio de Bach. Todas tienen el genio de Beethoven. ¿Hubiera sido razonable exigir a Chaikovsky que se ciñera a las formas clásicas, cuando él mismo se declaraba incapaz de hacerlo? Cualquiera que entienda realmente que "enseñar no significa meramente dar clase" (y tenga una idea mínimamente aproximada de qué es realmente enseñar) comprenderá por sí mismo la analogía entre estos ejemplos y el problema de la docencia.
Lograr una docencia de calidad es un problema abierto, como decidir la mejor política económica para un país o luchar contra el cáncer. No hay nadie que pueda señalar objetivamente el camino correcto para enfrentarse al problema. Lo único que puede hacerse ante un problema así es probar, experimentar, alentar las iniciativas, evaluarlas, pero nunca coartarlas (salvo que fracasen). La docencia es investigación, y la investigación es esencialmente individual: consiste en que cada individuo aprenda de los demás las ideas que sea capaz de asimilar y aporte a los demás las ideas que sea capaz de generar. La única coordinación posible es la que surge de la afinidad: la que surge cuando investigadores en una misma área coinciden espontáneamente en orientar su investigación en una misma dirección y, aun así, la coordinación no puede consistir sino en el intercambio de experiencias e ideas, pero jamás en el compromiso de renunciar a los propios criterios para aplicar otros ajenos, pues de tal perversión no puede nacer sino una torpe criatura de remiendos como la creada por la doctora Victoria o el doctor Víctor Frankenstein.
Carlos Ivorra

¿Qué podemos aprender de ellos?
¿QUÉ ES ENSEÑAR?
Quizá una de las máximas que este libro pretende lanzar es concebir la docencia y
nuestro labor como docentes desde un concepto más enriquecedor, sin limitar nuestras
funciones y responsabilidades a dar clases. Supone un cambio conceptual sobre la propia
docencia, aceptando un concepto más amplio de la misma:
“LA DOCENCIA ES TODO AQUELLO QUE PODAMOS HACER PARA AYUDAR A LOS ESTUDIANTES A PRENDER”
 “LA ENSEÑANZA SÓLO TIENE LUGAR CUANDO HAY APRENDIZAJE”

Nuestra función:

crear las condiciones adecuadas para que los alumnos aprendan
Ken Bain, Lo que hacen los mejores profesores universitarios
UN BUEN PROFESOR ¿NACE O SE HACE?
El autor defiende la posibilidad que todo profesor tiene de aprender a crear esas
condiciones adecuadas para el aprendizaje.
Para ello la premisa fundamental es partir de la concepción de la enseñanza desde
el aprendizaje y no de la concepción de la docencia como transmisión y a partir de dicha concepción.

REFLEXIONAR SOBRE LA PRÁCTICA:
• ¿Qué entiendo por aprendizaje?
• ¿Cómo puedo fomentarlo?
• ¿Cómo podemos mis estudiantes y yo entender mejor y reconocer su progreso?
• ¿Cómo puedo saber si mis esfuerzos ayudan o perjudican?
“PARTE DE LA CONDICIÓN DE SER UN BUEN PROFESOR (NO TODO) CONSISTE EN SABER QUE SIEMPRE HAY ALGO NUEVO POR APRENDER”

“EN SABER QUE SIEMPRE HAY ALGO NUEVO POR APRENDER”

 “PARA APRENDER DE LOS MEJORES PROFESORES DEBEMOS RECONOCER QUE
SOMOS CAPACES DE APRENDER”

“DEBEMOS RECONOCER QUE SOMOS CAPACES DE APRENDER”

“SOMOS CAPACES DE APRENDER”

¿LA BUENA DOCENCIA ES CUESTIÓN DE TÉCNICA?
“NO UNA ÚNICA MEJOR MANERA DE ENSEÑAR”
 “TAL VEZ ESPERASE QUE ESTE LIBRO LE PROPORCIONARA UNOS CUANTOS
TRUCOS PROPORCIONARA UNOS CUANTOS TRUCOS FÁCILES PARA PODER
APLICARLOS A SUS AULAS”

Se necesita iniciar un proceso de reflexión sobre la propia práctica que conduzca a
los profesores a conocer mejor la docencia pero sin ignorar los estudios y resultados de
la investigación en torno a aspectos docentes, siendo conscientes de los mismos y
beneficiándose de su significado.
Aceptar esta premisa lleva a replantear los procesos de formación de los
profesores jóvenes y de apoyo a los ya en activo hacia:
Iniciativas docentes basadas en la investigación-acción.


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