Salomé Ureña de
Henríquez
Por: Silveria R. de Rodríguez
Demorizi
Trabajo publicado en el Boletín de la
Unión Panamericana, en abril 1942, resumido y modificado parcialmente en su
forma para esta presentación.
Antecedentes
Salomé Ureña, la más insigne de nuestras poetisas, descendía de
dos familias dominicanas muy antiguas: la familia Ureña y la familia Díaz.
Ambas eran familias empobrecidas a causa de las vicisitudes de la Isla de Santo
Domingo. Todos los antecesores de Salomé eran dominicanos, excepto unos que
vinieron de Canarias en el siglo XVIII. Quizás los Ureña procedían de Santiago
de los Caballeros.
Francisco Ureña, padre de Nicolás Ureña de Mendoza,
era hijo de Carlos de Ureña y de Catalina Mañón, perteneciente a una familia
que había sido rica y había tenido esclavos que tomaron su apellido. Se casó
con Ramona de Mendoza, de Santiago de los Caballeros. Francisco Ureña era dueño
de una buena casa de altos, situada en la calle de las Mercedes, entre la
del Estudio (actual calle Hostos) y la de los Mártires (actual
calle Duarte).
Nicolás Ureña de Mendoza, padre de Salomé, nació el 25 de marzo de 1822, en la casa No.37 de la calle Mercedes.
Fue un hombre de espíritu elevado y gran cultura. Desde muy niño comenzó a
escribir versos.
Fue poeta, abogado de buena reputación, ocupó
cargos de Senador y de Magistrado y se dedicó al magisterio y al periodismo.
Tuvo una vida fecunda y abarcó todos los aspectos de la vida cultura en Santo
Domingo. Entre sus poesías están El Guajiro Predilecto, que es del
tipo de nuestros cantos populares;Recuerdos de la Patria, A
Sánchez. Escribió canciones como Las Serranas; algunas
Pastorelas y poesías de asuntos religiosos. Se complacía en hacer epigramas y
dejó una serie con el título de Epitafios. Abarcó, pues el género
popular, el culto, el costumbristas y la oratoria. Murió el 3 de abril de 1875
en la misma casa en que nació.
Gregoria Díaz y León, la madre de Salomé, nació el
25 de diciembre de 1819 y murió en 1914; era hija de Pedro Díaz y Castro,
hombre de grandes negocios y que tuvo hatos y muchas tierras en el Este.
Nicolás Ureña de Mendoza y Gregoria Díaz de León,
padres de Salomé, celebraron sus nupcias en la ciudad de Santo Domingo, el 25
de diciembre de 1847. Hicieron hogar de la casa No. 37 de la calle Mercedes.
Nacimiento y Primeros
Años
Salomé Ureña y Díaz de León nació en la ciudad de
Santo Domingo, capital de la República Dominicana, el viernes 21 de octubre de
1850, a las 6 de la mañana, en el barrio de Santa Bárbara, antiguo solar de
buenas familias, en la casa de su abuela materna, hoy calle Isabel la Católica
número 84, junto a la casa de Juan Pablo Duarte. El Dr. Pedro Delgado y Ana
Díaz de León, "la segunda madre en el hogar", fueron sus padrinos. Su
única hermana, Ramona, nació el 26 de octubre de 1843 y murió en Santiago de
Cuba en 1936.
Hospital
San Nicolás de Bari Zona Colonial de Santo Domingo
La ciudad de su nacimiento era pequeña y tenía
acentuado aspecto colonial; estaba rodeada de murallas con foso hacia el campo,
y las puertas se cerraban como en el siglo XVI: por lo menos la Puerta del
Conde de Peñalba. Muchos edificios estaban en ruinas: la Universidad de los
dominicos, el Estudio que había sido Universidad de Santiago de la Paz, el
Convento de San Francisco, el de la Merced, la iglesia de San Antón, la iglesia
de San Nicolás, el Convento de Regina Angelorum, el Palacio del Almirante Diego
Colón, muchas casas particulares. Como los edificios, las familias estaban
también arruinadas. Largos años de emigración continua habían empobrecido la
ciudad.
El nacimiento de Salomé Ureña ocurrió poco después
de la fundación de la República, durante el primer Gobierno de Báez; creció en
un ambiente de discordias, entre mil luchas intestinas. Por lo mismo que vivió
en una época de tanta agitación, de tan incesantes perturbaciones en el pueblo
dominicano, su alma se agrandó con el dolor, y se hizo cada día más fuerte.
Salomé tuvo una niñez muy precoz. Su madre la
enseñó a leer: a los cuatro años leía de corrido. Su infancia discurrió en las
aulas de dos pequeñas escuelas de primeras letras, únicas permitidas entonces a
las mujeres.
Sus lecturas y sus estudios de la adolescencia
fueron hechos bajo la dirección de su padre, de quien recibió lecciones de
Literatura, Aritmética y Botánica, por la que ella sentía gran pasión. Con su
padre aprendió, además, a declamar los versos de sus poetas predilectos. Salomé
tenía una "memoria extraordinaria". La cantidad de poesías que sabía
de memoria y solía repetir entre sus íntimos, lo mismo que su hermana Ramona,
era incalculable.
Vocación Poética
Desde muy temprano comenzó a cultivar su talento
poético. A los 15 años escribió versos; a los 17 los publicó por primera vez,
calzados con el seudónimo de Herminia, que llegó a ser totalmente
conocido.
En 1874 otra "Herminia" aparece firmando
un artículo en prosa en el periódico El Centinela. Desde entonces
Salomé firma sus versos con su nombre, y alcanza elogios como el de don
Marcelino Menéndez y Pelayo, quien escribió que "para encontrar poesía en
Santo Domingo hay que llegar a José Joaquín Pérez y a Salomé Ureña".
Las poesías de Salomé Ureña se publicaban
generalmente en periódicos de Santo Domingo, y en algunas ocasiones aparecían
en periódicos extranjeros.
La antología Lira de Quisqueya recoge
diez composiciones suyas. En 1880 se publicó un volumen de sus poesías,
patrocinada su publicación por la Sociedad Amigos del País. Este
libro contiene treinta y tres composiciones y el poema Anacaona.
Tiene un prólogo de Monseñor Fernando A. de Meriño y una biografía de la citada
Sociedad, escrita por José Lamarche. En 1920 se hizo una segunda edición de sus
versos, más recomendable que la anterior. Tiene un prólogo, anónimo, escrito
por su hijo Pedro Henríquez Ureña. En esta edición han sido omitidos el
poema Anacaona y nueve composiciones de las que figuran en la
edición de 1880.
Patriotismo
Desde muy niña, Salomé Ureña alojó en su corazón la
vehemente aspiración de Patria: había heredado de su abuelo y de su padre el
sentimiento del patriotismo. Sus primeros años discurrieron en una época
alternativa de paz y de guerra. Su infantil espíritu tropieza con la terrible
Anexión a la antigua Metrópoli. El espectáculo de la guerra nacionalista contra
España y luego las guerras civiles, acrecientan su amor a la Patria y hacen de
Salomé la poetisa patriota.
Ella es la primera que canta, por encima de todos
los poetas de su época, el progreso y la civilización. Según expresión de César
Nicolás Penson, ella "fue poetisa vaticinadora en cuyos épicos cantos
predominaba siempre la nota patriótica con los encendidos y vehementes anhelos
y alientos de titán. Vidente como los grandes vates de las revoluciones del
espíritu, Olmedo, Heredia y Quintana, recogió la herencia de sus estrofas
altivas y apasionadas, y sorprendió a la América y al mundo…"
En sus poesías no predomina el elemento puramente
literario, sino lo que contribuye a dar mayor grandeza a su Patria. Hostos, al
hablar de ella dice: "Cantó todo lo que sentía la sociedad de que formaba
parte; y lo cantó con tal fuerza, con tal unción, que parece en sus versos la
sacerdotisa del verdadero patriotismo", y agrega; "indudablemente, lo
más grande que hay en la poetisa dominicana es la fibra patriótica".
Soñó con el bien de su patria y dedicó sus versos a
inclinarla hacia la paz y el progreso. Esta preocupación patriótica llegó a
sobreponerse a toda otra idea; sólo le animaba el deseo de hacer llegar su
prédica a todos sus compatriotas. A través de su ardoroso patriotismo logra
hacernos comprender mejor lo que es patria. En una de sus primeras
composiciones al hablar de la patria dice:
¡Oh! Patria, voz
divina, sublime y dulce nombre
a cuyo acento el alma palpita de emoción...
a cuyo acento el alma palpita de emoción...
Ya para esa época llaman la atención en Santo
Domingo y en otros países de la América sus composiciones patrióticas. La nota
del progreso y del amor a la Patria es el tema de todas sus poesías desde el
año 1873 hasta el 1880.
La fama patriótica de Salomé Ureña alcanza tal
altura que, en el año 1878, se le hace una apoteosis y se le entrega una
medalla costeada por suscripción pública; y su consagración como la figura más
alta del parnaso dominicano queda en nuestros anales cívicos y literarios como
una de las más bellas fiestas del espíritu.
Fueron muchos y frecuentes los tributos de
admiración y simpatía que mereció en vida Salomé Ureña, sin que por nada se
quebrantase su modestia. Fue socia de Mérito y Honor de las Sociedades Amigos
del País, de Santo Domingo; de la Fe en el Porvenir, de Puerto Plata; y de casi
todas las Asociaciones benéficas, literarias o artísticas de la República. Fue,
también, Miembro Honorario del Liceo de Puerto Príncipe, de Cuba, y de la
Sociedad Literaria Alegría, de Coro, Venezuela.
Las poesías de Salomé Ureña están impregnadas de
honda melancolía. Toda su tristeza proviene no sólo de su temperamento, sino
principalmente del caos en que vivió su patria. Siempre torturada por el triste
pasado de la República, clama en su poesía A la Patria:
Tú sabes cuantas veces con tu dolor
aciago
lloré tu desventura, lloré tu destrucción,
así cual de sus muros la ruina y el estrago
lloraron otro tiempo las hijas de Sión.
Y sabes que, cual ellas, colgué de tus palmares
el arpa con que quise tus hechos discantar,
porque el mirar sin tregua correr tu sangre a mares
no pude ni un acorde sonido preludiar.
lloré tu desventura, lloré tu destrucción,
así cual de sus muros la ruina y el estrago
lloraron otro tiempo las hijas de Sión.
Y sabes que, cual ellas, colgué de tus palmares
el arpa con que quise tus hechos discantar,
porque el mirar sin tregua correr tu sangre a mares
no pude ni un acorde sonido preludiar.
Son muchas las poesías de Salomé Ureña que pueden
tomarse como ejemplo de ese fervor patriótico que tuvo tan honda influencia en
el gran poeta Gastón Deligne, en cuyos versos dedicados a la poetisa muerta
hacía esta afirmación y este elogio:
Ella, al menos, mantuvo con su
aliento
de una generación los ojos fijos
en el grande ideal. Aún llena el viento
la seductora magia de su acento,
y aún hablará a los hijos de los hijos...
de una generación los ojos fijos
en el grande ideal. Aún llena el viento
la seductora magia de su acento,
y aún hablará a los hijos de los hijos...
En 1881 comienza a sufrir nuevamente por las
desgracias de su patria. Recientes perturbaciones políticas hacen que sus
esperanzas patrióticas tengan grandes decepciones. El fracaso moral del
gobierno de Meriño, le ocasionó profundo desconsuelo. Sus cantos patrióticos
sufren una crisis. La poetisa escribe Sombras, y desde entonces en
muy raras ocasiones escribe versos. Pero Sombrasno es un vano
alarde poético; es un adolorido grito de patriótica angustia. La decepción
política es estímulo para la creación de un plantel educativo que contribuya a
cambiar la sombría faz del País: el Instituto de Señoritas.
Ya lo dijo en versos dedicados a Billini:
Que si mi pobre lira
calla ante el vicio y la maldad del hombre,
siempre lo grande admira...
calla ante el vicio y la maldad del hombre,
siempre lo grande admira...
Ella esperaba, para tomar el "arpa
abandonada",
despertar a la fe y a la
confianza
y tras la noche de dolor, sombría,
cantar la luz y saludar el día.
y tras la noche de dolor, sombría,
cantar la luz y saludar el día.
Salomé en el Hogar
Desde el año 1860 hasta 1880, Salomé Ureña fue a
vivir, siempre con su madre y con su hermana Ramona, y además con Teresa de
León y de la Concha y Ana Díaz León, a la casa No. 56 de la calle 19 de
Marzo. Su educación doméstica la recibió de su madre y de su tía Ana
(Nana), "la segunda madre en el hogar".
Ex Convento de los Dominicos Zona Colonial de Santo Domingo
La madre de Salomé era católica practicante, pero
no fanática. Ramona y Salomé se formaron en una atmósfera de fe cristiana, y
asistía a la iglesia con su madre todas las mañanas, durante su primera
juventud. Luego las obligaciones del hogar no les permitieron ir a misa sino
los domingos. El ex-Convento Dominico era la iglesia que acostumbraba visitar.
Allí vio a Salomé, por primera vez, Francisco Henríquez y Carvajal, quien
atraído por la fama de la poetisa, acompañado de un amigo se dirigió al
ex-Convento en interés de conocerla. El amigo le señaló a las dos hermanas,
pero no supo decirle cuál de ellas era la excelsa poetisa.
Desde la infancia, Salomé fue muy emotiva. Sufría
por todo. Se le veía llorar sin motivo aparente. Esta disposición del ánimo
perduró en ella toda la vida. Era noble de sentimientos y "su modestia fue
tan grande como su mérito". Fue mujer de su casa. Soltera, pocas veces
traspasaba los linderos de su hogar. No salió nunca del país, como ella misma
lo dice:
Así, aunque de otras
playas jamás me vi en la arena
ni de otros horizontes las líneas contemplé...
ni de otros horizontes las líneas contemplé...
Sin embargo, a su hogar acudían altas mentalidades
nacionales y extranjeras que rendían tributo de admiración a la ya esclarecida
poetisa quisqueyana. El distinguido poeta venezolano Juan A. Pérez Bonalde,
autor de la sentida poesía La vuelta al hogar, de paso por nuestra
Ciudad Primada fue a rendir su homenaje de simpatía y de admiración a Salomé;
departieron amigablemente y él le recitó lleno de emoción, húmedos los ojos por
las lágrimas, la poesía en la cual describe, con intenso dolor, su triste
llegada al hogar, cuando llamado por su madre enferma la encontró sin vida.
Años más tarde, Salomé Ureña leía conmovida esa
poesía a sus discípulas amadas y les decía: "Quisiera que la hubierais
oído recitada por sus labios..."
Era afectuosa, con todos sus familiares, sentía
gran entusiasmo por su padre, a quien quería entrañablemente; entusiasmo que ni
la muerte disminuyó:
Hoy, al entrar en tu mansión
doliente,
donde reina silencio sepulcral,
nadie a posar vendrá sobre mi frente
el beso del cariño paternal.
donde reina silencio sepulcral,
nadie a posar vendrá sobre mi frente
el beso del cariño paternal.
Ninguna voz halagará mi acento,
ni un eco grato halagará mi oído:
sólo memorias de tenaz tormento
tendré a la vista de tu hogar querido.
ni un eco grato halagará mi oído:
sólo memorias de tenaz tormento
tendré a la vista de tu hogar querido.
A pesar de que su hogar fue enturbiado con la
separación de sus padres, cuando ella apenas tenía dos años de nacida, en su
corazón éstos estuvieron siempre unidos. Ella vivió junto a su madre, pero
diariamente visitaba la casa de su padre, a cuya muerte escribió una
composición titulada A mi padre, en la que se muestra tal como era,
y en que deja ver la profunda admiración y la ternura de su cariño por su
progenitor.
En 1880 contrajo matrimonio con Francisco Henríquez
y Carvajal, que andando el tiempo sería Presidente de la República. El 3 de
diciembre de 1882, como para bendecir su hogar-escuela, y para que Salomé
pudiera ostentar la sublime trinidad de poetisa, educadora y madre, nació el
anhelado primogénito (Francisco):
Los cielos se inclinaron
y descendió al hogar, entre armonías,
el ángel que mis sueños suspiraron
nuncio de bendiciones y alegrías...
y descendió al hogar, entre armonías,
el ángel que mis sueños suspiraron
nuncio de bendiciones y alegrías...
Salomé no descuidó sus deberes de madre por los del
magisterio. Sus discípulas recuerdan que la cuna del primogénito siempre estuvo
cerca de la madre:
Allí duerme feliz, y no distante
yo de un libro las páginas hojeo;
levanto la cabeza a cada instante,
le contemplo dormir y al fin no leo.
yo de un libro las páginas hojeo;
levanto la cabeza a cada instante,
le contemplo dormir y al fin no leo.
La inscripción del Instituto era cada día más
numerosa y resultaba estrecho aquel local. Familia y escuela se instalaron
entonces en la calle de la Esperanza, hoy Luperón, esquina Duarte.
Allí nacieron sus hijos Pedro y Maximiliano.
En 1884 nace Pedro Nicolás, su segundo hijo. A los
cinco meses de nacido le sobreviene mortal enfermedad. Una de las discípulas
predilectas de Salomé, Mercedes Laura Aguiar, recuerda la terrible y
conmovedora escena: el niño en brazos de Monseñor Meriño para recibir las aguas
del bautismo; su madre de rodillas en el suelo rogando a Dios que le salvara su
hijo; los demás, todos en silencio. Llega el Dr. Juan Francisco Alfonseca y
tomando al niño en sus brazos dice: "Monseñor, unos minutos a la
ciencia". Después de algunas horas de terrible ansiedad, la fiebre cede y
el niño se salva milagrosamente.
En Horas de Angustia la madre
pinta maravillosamente este cuadro:
Sin brillo la mirada,
bañado el rostro en palidez de muerte,
casi extinta la vida, casi inerte
te miró con pavor el alma mía
cuando a otros brazos entregué, aterrada,
tu cuerpo que la fiebre consumía...
bañado el rostro en palidez de muerte,
casi extinta la vida, casi inerte
te miró con pavor el alma mía
cuando a otros brazos entregué, aterrada,
tu cuerpo que la fiebre consumía...
En 1887 escribe su poesía ¿Qué es Patria?,
inspirada en una pregunta que le hiciera su hijo Pedro, quien sólo contaba tres
años: Mamá, ¿qué es Patria? Y ella responde:
¿Qué es Patria? ¿Sabes acaso
lo que preguntas, mi amor?
Todo un mundo se despierta
en mi espíritu a esta voz...
lo que preguntas, mi amor?
Todo un mundo se despierta
en mi espíritu a esta voz...
La poetisa se complacía en leerles a sus discípulas
las composiciones que escribía. Una mañana las reunió y llena de emoción, con
voz ahogada por el llanto, les leyó Tristezas, poesía escrita la
noche anterior, inspirada en las palabras del dulce primogénito,
cuando ya en la cama después de terminar sus oraciones, recordando al padre
ausente exclamó:
¿Tú no te acuerdas, mamá?
¡El sol qué bonito era
cuando estaba aquí papá!
¡El sol qué bonito era
cuando estaba aquí papá!
Cuatro años duró la ausencia del esposo, que había
ido a Francia a perfeccionar sus estudios de Medicina. Cuatro años de angustias
para la madre educadora. Aquella mujer de ánimo fuerte y de voluntad superior,
vaciló abatida por la ausencia del esposo ante la terrible idea de perder a uno
de sus hijos. Ese estado de espíritu, le inspiró su poesía Angustias.
La horrorosa enfermad del crup [difteria,
gatorrilo, del inglés 'croup'] se desarrolló en esta ciudad. El suero
salvador no había sido descubierto y era casi seguro que el niño que fuera
atacado por la epidemia mortal, sucumbiría.
Desgraciadamente, su hijo Pedro contrajo la
terrible enfermedad. Otro milagro fue realizado al ser salvado de ella, por el
Dr. Alfonseca, quien años antes lo había librado de la muerte. Dos veces estuvo
su hijo Pedro al borde de la tumba. En esta ocasión no fueron pocas las
angustias de la madre ante el niño moribundo.
Salomé sentía vivo placer en la educación de sus
hijos. A todos les enseñó a querer a su patria. Ese amor creció con la
maternidad y los infundió en el espíritu de sus hijos.
El 9 de abril de 1894 nació Camila, su única hija.
Mientras tanto, ella luchaba con la muerte, atacada de fuerte neumonía. Rebasó
la gravedad, pero su salud quedó minada para siempre. Aparente restablecida de
esa enfermedad, escribió su poesía Umbra-Resurrexit:
Umbra
La mirada sin luz, la mente ansiosa,
corto el aliento al pecho,
en ruda agitación se va la vida...
Allá perderse en la penumbra vaga
miro las prendas del hogar benditas,
mis hijos, en su cándido abandono,
ajenos al amago
de la suerte sobre ellos suspendida,
y tú, de pie, bajo el dolor inmenso,
nublada por el llanto la pupila.
La mirada sin luz, la mente ansiosa,
corto el aliento al pecho,
en ruda agitación se va la vida...
Allá perderse en la penumbra vaga
miro las prendas del hogar benditas,
mis hijos, en su cándido abandono,
ajenos al amago
de la suerte sobre ellos suspendida,
y tú, de pie, bajo el dolor inmenso,
nublada por el llanto la pupila.
Resurexit
Brota la luz en deslumbrantes ondas,
el aire al pecho fluye,
el espíritu absorto se reanima,
y cunde y se dilata en las arterias
el ritmo palpitante de la vida
Y bajo el ala cándida que extiende
sobre el hogar en gozo
ángel nuevo de paz que el cielo brinda,
surgiendo victorioso de las sombras
el cuadro de mi amor esplende al día.
Brota la luz en deslumbrantes ondas,
el aire al pecho fluye,
el espíritu absorto se reanima,
y cunde y se dilata en las arterias
el ritmo palpitante de la vida
Y bajo el ala cándida que extiende
sobre el hogar en gozo
ángel nuevo de paz que el cielo brinda,
surgiendo victorioso de las sombras
el cuadro de mi amor esplende al día.
Durante su quebranto, el esposo la hizo abandonar
la ciudad natal, hacia Puerto Plata. Al pasar frente a San Pedro de Macorís, el
poeta y crítico Rafael A. Deligne la saludó con sus versosAlondra que viaja,
que comenzaban así:
No vi su marcha, ni cruzó mi
puerta;
mas es su vuelo tal, que el alma mía
se estremeció, despierta a la armonía,
de tanta gloria al esplendor despierta.
mas es su vuelo tal, que el alma mía
se estremeció, despierta a la armonía,
de tanta gloria al esplendor despierta.
Que el genio, aunque se oculte, y viaje
solo,
astro inmortal, o puro ser divino,
deja de luz un rastro, peregrino,
más que la aurora con que irradia el polo!...
astro inmortal, o puro ser divino,
deja de luz un rastro, peregrino,
más que la aurora con que irradia el polo!...
Puerto Plata fue para ella delicioso oasis. Al
llegar, Antera Mota de Reyes la saludó con una extensa y bella página en
prosa, Bienvenida. Rodeada de cariños y atenciones y colmada de
homenajes de admiración, pasó allí una feliz temporada que alivió su espíritu,
pero no detuvo en su carrera la mortal enfermedad. Allí terminó su poesía Mi
Pedro, que tenía inconclusa desde 1890.
Salomé Ureña fue extremadamente femenina. Hostos,
el Apóstol Antillano, al hablar de ella en una breve biografía, dice: "Los
tributos poéticos de Salomé Ureña a los afectos, a los seres queridos, al
hogar, a su digno esposo y a sus hijos, forman una serie de composiciones
extraordinariamente subjetivas, pues todas juntas sugieren la certidumbre de
que la poetisa era además una mujer; no hay ninguna de ellas que no
sugiera algún sentimiento delicado, alguna recóndita sonrisa de complacencia,
algún noble estímulo para la vida, alguna de esas tristezas reconfortantes que
sirven de séquito, y a veces de ovación, al mérito moral e intelectual
desconocido".
En la Escuela
Durante los años 1878 y 1879 se dedicó Salomé Ureña
a ampliar su cultura científica y literaria. Francisco Henríquez y Carvajal,
admirador del talento de la poetisa, cuyo nombre volaba ya en alas de la fama,
la ayudó a completar su educación, y contrajo matrimonio con ella, en febrero
de 1880, como se ha dicho antes.
Eugenio María de Hostos,
En 1879 había llegado a la República Eugenio María
de Hostos, a quien se le encomendó la organización de la Escuela Normal de
Santo Domingo, en 1880, y de quien fue Francisco Henríquez y Carvajal activo
colaborador.
¡Hace ya tanto tiempo!
Silenciosa,
si indiferente no, Patria bendita,
yo he seguido la lucha fatigosa
con que llevas de bien tu ansia infinita...
si indiferente no, Patria bendita,
yo he seguido la lucha fatigosa
con que llevas de bien tu ansia infinita...
El Instituto de Señoritas fue por largos años dulce
y fecundo hogar para sus discípulas. La Maestra amada era madre y confidente de
aquellas niñas "templadas al calor de sus anhelos". Gastón Deligne lo
dijo en versos soberanos:
¡Fue un contagio sublime!
Muchedumbre
de almas adolescentes la seguía
al viaje inaccesible de la cumbre
que su palabra ardiente prometía...
de almas adolescentes la seguía
al viaje inaccesible de la cumbre
que su palabra ardiente prometía...
Después de la investidura de las primeras Maestras
Normales, fue Francisco Henríquez y Carvajal a Europa a perfeccionar sus
estudios de Medicina, como se ha indicado anteriormente. Salomé se quedó al
frente del Instituto de Señoritas. Sus discípulas graduadas la ayudaban en la
faena.
Dos grupos de maestras invistió, examinadas ante la
Escuela Normal, siempre dirigida por el Sr. Hostos. Cuando el Dr. Henríquez
regresó de Europa, el 6 de julio de 1891, encontró tan desmejorada la salud de
su esposa y tan agotadas sus fuerzas que poco tiempo después la convenció de
que necesitaba descansar. En diciembre de 1893 fue clausurado el memorable
Instituto de Señoritas. El instituto permaneció cerrado hasta enero de 1896, en
que fue nuevamente abierto. La reapertura se debió a las hermanas Luisa Ozema y
Eva Pellerano Castro. Después de muerta la poetisa, sus discípulas le dieron al
Instituto el nombre de Salomé Ureña.
Obras
Sus obras
poéticas, cerca de sesenta composiciones, incluyen la épica y
la lírica,
entre las que se encuentran:
·
1873 - "La gloria del progreso"
·
1876 - "Ruinas"
·
1877 - "La llegada del invierno"
·
1878 - "La fe en el porvenir"
·
1880 - "Anacaona"
·
1880 - "Poesía de Salomé Ureña de
Henríquez"
·
1881 - "Sombras"
·
1897 - "Mi Pedro"
Otras
obras:
·
"A la Patria"
·
"A mi madre"
·
"A Quisqueya"
·
"Amor y anhelo"
·
"Angustias"
·
"Caridad"
·
"El ave y el nido"
·
"El cantar de mis
cantares"
·
"En defensa de la
sociedad"
·
"En el nacimiento de mi primogénito"
·
"Impresiones"
·
"Las horas de
angustias"
·
"Luz"
·
"Melancolía"
·
"Mi ofrenda a la
Patria"
·
"¡Padre mío"!
·
"Quejas"
·
"Sueños"
·
"Tristezas"
La Muerte
La vida de Salomé Ureña de Henríquez se resume en
dos hechos esenciales: soñó con el bien de su patria y dedicó sus versos a
encaminarla hacia la paz y el progreso; después creyó que esto no bastaba, y se
dedicó a la educación de la mujer. Hay dos momentos culminantes en su vida: el
día en que se le entrega una medalla costeada por suscripción pública, como homenaje
a la cantora del ideal de una patria mejor; el día en que se gradúan sus
primeras discípulas, prenda de algo que ayudaría a hacer mejor el destino de la
patria.
Su vida es corta; cuando va a gozar del necesario
descanso, enferma para morir [de tuberculosis]; y este final inesperado
conmueve a toda la República.
El angustioso proceso de su muerte se inició en
enero de 1897. El día dos regresó de Puerto Plata a Santo Domingo. El día ocho
se sintió decaer, y a los quince días se agravaba: asistíanla los doctores
Ramón Báez, Salvador B. Gautier y J.F. Alfonseca. El esposo ausente llegó de
Haití el siete de febrero. Se redoblaron los esfuerzos de la ciencia y del
cariño hasta lograr apartarla por unos días de la tumba.
Murió rodeada del cariño de todos, el día 6 de
marzo de 1897. Su entierro fue una manifestación cívica. Le dieron sepultura en
la iglesia de las Mercedes. "Ante su tumba -exclama don Arturo Pellerano
Alfau- el corazón se llena de congojas y la palabra se anuda en la
garganta" y agrega: "Para su cuerpo es bastante ese lecho de tierra
donde va a dormir el sueño eterno, pero para su gloria son ya pequeños los
ámbitos de América". "Mujer de la Biblia", la llamó César
Nicolás Penson. Y el grande amigo de la poetisa, el poeta José Joaquín Pérez, recitó
conmovido sus más dolientes versos ante la tumba de la excelsa cantora:
Cuanto en su lira enalteció, se
inclina;
cuanto su alma adoró con fe, la llora:
apagado está el sol y nada brilla:
todo se desvanece y descora..
cuanto su alma adoró con fe, la llora:
apagado está el sol y nada brilla:
todo se desvanece y descora..
De ella dijo entonces el ilustre autor de Enriquillo,
Manuel de Jesús Galván: "El cuerpo yace inerte; será polvo mañana; pero
ella, el espíritu que vibraba en las cuerdas de armoniosa lira, que palpita a
la sentida inspiración de los santos amores, que se exhala en ritmos de
ternura, aspirando a la imposible realización, en este mundo de sus ensueños de
virtud y de bien, ese no muere nunca. Ese espíritu, que animó a la ilustre
poetisa dominicana, está hoy más vivo que ayer, y reposa complacido en el seno
de la inmortalidad".
Los periódicos de aquella época están llenos de
artículos, versos y discursos, dedicados a la muerte de Salomé Ureña. Hostos,
en una emocionante carta que dirigió desde Chile a Don Federico Henríquez y
Carvajal, le decía: "¡Hay que llorarla!, son muchos los que estaban
interesados en su vida: la patria, que no tuvo corazón más devoto; su
discipulado, que no tuvo mejor luz; la mujer quisqueyana, que no ha tenido
reformadora más concienzuda de la educación de la mujer; su familia, que no
tenía mejor ambiente que el de aquellas virtudes morales y sociales tan
sencillas; sus coetáneos, que no pudieron tener centro mejor en donde
confluyeran tantas admiraciones motivadas, como en aquel cuerpo débil y alma
fuerte, que era a la vez una sacerdotisa en el aula, una pitonisa en el arte,
un mentor en el hogar".
Ninguna muerte ha producido en la República
sentimientos tan hondos. La muerte de Salomé Ureña fue duelo para todos los
dominicanos. La lloraron de tal modo que le hicieron decir a Hostos, el Apóstol
Antillano, su ferviente admirador, estas palabras memorables: casi se
puede haber soportado la vida, con tal de morir entre corazones tan amigos.
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